Pasa la vida ante nuestros ojos, y no nos damos
cuenta de que el sufrimiento no es más que un mojón más en el camino. Evitamos
por todos los medios sufrir. Le tenemos miedo. Y es que no conocemos la esencia
del sufrimiento.
En el momento de nuestra creación como almas
fuimos colocados en una posición de aprendizaje continuo. Hay doctrinas, como
La Kabbala, que mantienen que , en un
principio, todas las almas vivían en la Luz, junto a nuestro creador, pero
llegó un momento en que las mismas almas desearon ganarse por sí mismas esa
posición tan ventajosa. Es como cuando el hijo de un empresario hereda el
negocio próspero del padre pero prefiere empezar desde abajo para ganarse
realmente ese puesto y conocer a fondo todos los entresijos de la empresa.
Nosotros hicimos lo mismo. Comimos del Árbol del
Bien y del Mal, metafóricamente hablando, escogimos vivir todas las
posibilidades y nos arriesgamos a crecer
conociendo tanto las buenas como las malas experiencias de la vida.
Desde ese momento, nos alejamos de la Luz
creadora para ir acercándonos a ella poco a poco, encarnación tras
encarnación, con el esfuerzo que supone
no recordar nada de la chispa de Luz que llevamos dentro y el trabajo de luchar
contra nosotros mismos para conseguir liberarnos de aquello que nos aprisiona.
La lucha es contra nuestro ego; esa parte de
nosotros que coarta todos nuestros intentos de avanzar, la voz que nos recuerda
lo supuestamente insignificantes que
somos. Pero cuando el alma se encarna en el plano terrestre, se divide en
varias partes. Para simplificarlo, podemos
decir que una encarna en la
dimensión física, pero otra queda en la dimensión superior de la que
provenimos, conformando el Yo Superior, que mantiene toda la sabiduría que como
almas vamos acumulando a lo largo de nuestras vidas.
Para contactar con ese Yo Superior existen
diversas técnicas, una de ellas la Meditación, que consiste en escuchar nuestra
voz interior. Si ahí se encuentra nuestra chispa divina, ya sabemos quién nos
está hablando. Intentamos racionalizarlo y lo llamamos sexto sentido,
intuición. Es la voz que sabe lo que somos y lo que necesitamos. Y está
esperando a que contactemos con ella.
Si lo hiciéramos, dejaríamos de tener miedo al
sufrimiento, pues le encontraríamos un sentido, aparte de que aprenderíamos a
evitarlo en gran medida. ¿Cómo? Hay mucha información al respecto en los
últimos años. Somos lo que creemos. Nuestras creencias conforman nuestra
realidad. Si aprendemos a cambiar nuestra programación mental adquirida por
hábito familiar, social, etc, podemos cambiar nuestra vida por completo.
La Metafísica nos recuerda que exiten unas Leyes
de la Creación que no debemos olvidar,
entre ellas la Ley del Mentalismo. Todo lo que ocurre en tu vida obedece a tus creencias y a lo que expresas con
palabras. Al nacer con libre albedrío podemos escoger pensar positiva o
negativamente, tener unas experiencias u otras, tenemos ese poder.
Por eso autores tan leídos como Joe Dispenza nos
animan a cambiar nuestros parámetros mentales y a desconectarnos de
pensamientos basados en recuerdos del pasado, que nos hicieron sufrir, pues
tendemos a seguir repitiendo esas experiencias en nuestra vida actual :
“Reflexiona sobre ello: cuando piensas basándote en tus recuerdos del pasado,
solamente puedes crear experiencias pasadas”.
En el libro “Deja de ser tú. La mente crea la
realidad”, nos da las claves científicas para transformarnos, admitiendo que
podemos cambiar nuestro cerebro literalmente, cambiando así nuestra vida, al
adquirir hábitos saludables para él, como corregir nuestras creencias negativas
o utilizar técnicas meditativas. Es un libro muy interesante.
En el campo de la Metafísica, Conny Méndez nos anima también a poner en práctica todas
sus enseñanzas, a no creernos nada sólo por leerlo, sino a comprobarlo, tal es la fe en sus propias creencias. Su maestro Emmet Fox, le
enseñó que todo tiene su origen en la mente
y podemos relacionar siempre los sucesos exteriores con los interiores. Por
ello, un método que no falla nunca es, ante todo , sonreír, aunque nos cueste.
La primera sonrisa será forzada, pero si continuamos, se conectará nuestro
cerebro con situaciones vividas que nos hicieron felices, y por la Ley de
Atracción, atraerán pensamientos del mismo tipo.
Después, dar las gracias por todo, o como dice
nuestro Papa actual, bendecir a todo y a todos. Ante cualquier situación
negativa, decretaremos :”Bendigo el bien en esta situación”. Es una perfecta expresión de fe que obra
milagros. Las experiencias que vivimos son las que necesitamos para avanzar en
nuestro camino, pero no estamos condenados a ir por los caminos más difíciles,
podemos crear realidades acordes a nuestro nivel de conciencia. Y para crecer
en conciencia, volvamos a la Meditación. Dedicar tiempo a desconectarse del
exterior y del ruido de la propia mente, nos lleva de camino a nuestro ya
nombrado Yo Superior, que sabe qué es lo mejor para nosotros.
Con ella, además, podemos llegar a alcanzar
estados alterados de conciencia que nos afiancen más en nuestro conocimiento de
esas otras dimensiones que se escapan a nuestros cinco sentidos oficiales.
Al meditar, nos colocamos por encima de nuestras
experiencias, sean de sufrimiento o de alegría. Nos convertimos en un
observador y nos damos cuenta de que no somos nuestra mente, sino que esta está
a nuestros pies y debe obedecer nuestras órdenes.
Una práctica habitual de la Meditación y de las
técnicas que resuenen más con nosotros para cambiar nuestra manera de pensar,
terminarán dando los resultados
positivos que todos esperamos: una vida más feliz y más plena, libre de sufrimientos innecesarios.
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