Hoy quiero compartir contigo unas reflexiones que escribí hace ya catorce años pero que son totalmente actuales. Si tienes hijos, nietos o trabajas con niños, entenderás por qué ellos han salido de esta crisis sanitaria sin ningún daño. La guerra no va con ellos. Su vibración es más alta que la de sus padres, abuelos o maestros. Han pasado 14 años y aquellos niños son ahora jóvenes, pero el mensaje sigue vigente para los niños de ahora:
LOS NIÑOS INDIGO 4 de Julio de 2006
¿Cómo podemos saber si hay un niño o niña Indigo en
nuestra vida? Generalmente crearán en nosotros una sensación de desasosiego. Su
intensa actividad, su ansia por saber y su incomprensión hacia nuestra actitud
ante la vida redundarán en una falta de entendimiento de nosotros hacia su
persona.
Poseen una energía muy pura. En su ADN ya están
grabadas las improntas que nosotros estamos intentando conseguir. Su percepción
de la realidad es diferente, más intensa, con más matices.
Pueden
recordar vidas pasadas, aunque no se atreven a contárnoslo, por miedo a que
estropeemos aún más nuestra relación con ellos.
Realmente no nos entienden. Nuestros temores
básicos basados en nuestra baja autoestima son ajenos a su personalidad. Los
adultos de hoy nacimos en unas circunstancias escogidas por nosotros mismos en
que la baja autoestima, alimentada desde nuestro nacimiento, se convierte en un
desafío que algunos no consiguen superar. A lo largo de nuestras vidas nos esforzamos por conseguir
amarnos a nosotros mismos sin sentirnos culpables realizando terapias, leyendo
múltiples libros o repitiendo experiencias que nos demuestran continuamente la
lección que hemos de aprender.
Pues bien, un
niño/a Índigo no tienen ese problema.
Han nacido con la certeza de que son hijos del Creador, y por ello se merecen
todo. El problema es que si esta tendencia no se dirige positivamente por un
adulto puede convertirse en egoísmo.
Estos niños
traen mucha fuerza consigo, pero son un reto para nosotros. Su inteligencia nos
supera. ¿Cuántos de nosotros hemos oído decir: los niños de ahora, desde que
nacen, ya tienen los ojos abiertos y lo miran todo? Pero no sólo eso, aprenden
rápidamente lo que se les enseña en el primer año de vida, cuando hace treinta
años nos pasábamos el primer año de vida durmiendo. “Son los medios de
comunicación y las nuevas tecnologías, que les espabilan muy pronto”, dicen
algunos. Nuestros niños ya están espabilados cuando cogen el mando del video y
reproducen el gesto que nos han visto hacer muchas veces, sin que nosotros les
expliquemos cómo tenían que utilizarlo.
Cuando se
convierten en niños de tres o cuatro años parecen viejitos. Nos asombran con
sus frases y sus razonamientos. ¿Será tanta televisión? , nos preguntamos. Mis
hijos no veían apenas la televisión de pequeños, y sus razonamientos eran
dignos de ser grabados. Recuerdo a mi hija con cuatro años mirando al cielo una noche de verano,
preguntándose que hay más allá de la muerte, y a su padre a mí dándole nuestra
opinión, sesgada por nuestras ideas religiosas, sobre lo que nos espera cuando
partimos.
A menudo hablo
con mis hijos sobre la reencarnación y sobre la vida después de la muerte, y no
sólo no lo rechazan, sino que les parece lógico y lo agradecen. Les alivia
pensar que sus abuelos están felices en algún sitio que no podemos ver con
nuestros cinco sentidos (como tampoco vemos las ondas de la televisión) pero
que existe. ¿Por qué no? Es cuestión de fe, o de convicción. Les dejo libertad
para que ellos opinen.
Según van
creciendo, estos niños van desarrollando dos posturas principales ante la vida.
O bien se han convertido en unos impertinentes que se ríen descaradamente del
adulto o se han cerrado sobre sí mismos pareciendo excesivamente tímidos . En ambos
casos les ha faltado una adulto comprensivo que sepa canalizar sus energías.
Parecen dos ejemplos un poco exagerados, porque la mayoría de ellos sólo se
muestran así en determinados momentos el día, el resto son niños tranquilos,
diríamos que normales. Sin embargo debemos ser cuidadosos con nuestra actitud.
Una actitud de respeto y escucha comprensiva hacia ellos, de honestidad, y
sobre todo que vean que somos congruentes en lo que hacemos con respecto a lo
que decimos, les atraerá hacia nosotros como un imán. Sin embargo, una actitud
de crítica constante hacia su actitud sólo hará que ésta se multiplique hasta
el infinito.
Si somos
conscientes de este rechazo que sienten a nuestra actitud y cómo a la manera de
un resorte actúan de la manera que más nos molesta, todo cambiará
inmediatamente. A veces pensamos que nuestros hijos o alumnos (cuando
trabajamos con ellos) han venido al mundo sólo para molestarnos. No es así.
Sencillamente ellos son un espejo muy potente de aquello que debemos mejorar y
resolver en nuestras vidas. Los adultos tendemos a la ira muy fácilmente, y
ellos se ríen de nosotros. Les parece ridículo. Pero si tenemos la capacidad de
, en el instante en que captamos nuestro error, sonreír y hacerles un gesto
cariñoso, nos los metemos en el bolsillo, se vuelven receptivos hacia nosotros.
Se abren aquellos que han optado por cerrarse ante la incomprensión de los
adultos. Se tranquilizan aquellos que llevan al máximo su don para la palabra y
su agilidad mental.
Nos parecen
impertinentes, opinan sobre todo, nos preguntan directamente sobre el por qué
de nuestra actitud, nos dan consejo sobre lo que deberíamos hacer cuando no se
lo hemos pedido, se exaltan exageradamente cuando se pretende que se diviertan
con una actividad diferente a la habitual,... Realmente, nos sacan de quicio y
nos parece que no respetan las normas básicas de la educación.
“La culpa la
tienen los padres, que están todo el día trabajando y les dejan solos”, “La
culpa la tienen los profesores, que les permiten todo y no ponen límites”, “La
culpa la tiene el Gobierno, que no se ocupa de ellos”, ... los adultos somos
muy dados a buscar culpables fuera, pero se nos olvida mirar dentro. El
Gobierno, las familias y los claustros de profesores están formados por
adultos, algunos padres y madres, que prefieren echar balones fuera antes de
observarse a sí mismos y analizar su actitud ante los niños de ahora. La
actitud de un solo adulto es importante para el grupo, pues vivimos en
sociedad. No digamos nada sobre el hecho de ponerse en el lugar del otro, y
entender el esfuerzo de aquellos que tienen a cargo a uno, dos o veinte niños
diariamente. Para algunas parejas sin hijos, tan abundantes en la actualidad, o
solteros empedernidos, les parecerá impensable.
Todos somos
Uno, estamos interconectados, y del esfuerzo y la comprensión de todos
resultará una sociedad más pacífica, y ello pasa por el conocimiento y la
aceptación de nuestros niños.
Las normas de
antaño ya no sirven. Nuevas energías traen nuevos retos. Tanto es así que los
niños Cristal han venido a superar a los Índigo en cuanto a pureza energética.
Estos nuevos niños, más tranquilos y pacíficos, extremadamente sensibles, tiene
sus sentidos muy desarrollados. Pueden desarrollar la videncia e incluso ver lo
que el ojo humano no puede ver. Son pacificadores y se distinguen por sus
grandes ojos que nos miran a lo más profundo de nuestro ser. Debemos cuidarlos
como las joyas que son, no censurándoles cuando nos expliquen que ven a su
abuelito fallecido a su lado, sonriéndoles, sino escuchándoles y aprendiendo
con ellos a abrir esos ojos que nosotros tenemos dormidos.