viernes, 24 de abril de 2020

Los niños: esos "maestros bajitos"

            
Hoy quiero compartir contigo unas reflexiones que escribí hace ya catorce años pero que son totalmente actuales. Si tienes hijos, nietos o trabajas con niños, entenderás por qué ellos han salido de esta crisis sanitaria sin ningún daño. La guerra no va con ellos. Su vibración es más alta que la de sus padres, abuelos o maestros. Han pasado 14 años y aquellos niños son ahora jóvenes, pero el mensaje sigue vigente para los niños de ahora: 

LOS NIÑOS INDIGO                                                4 de Julio de 2006

¿Cómo podemos saber si hay un niño o niña Indigo en nuestra vida? Generalmente crearán en nosotros una sensación de desasosiego. Su intensa actividad, su ansia por saber y su incomprensión hacia nuestra actitud ante la vida redundarán en una falta de entendimiento de nosotros hacia su persona.

Poseen una energía muy pura. En su ADN ya están grabadas las improntas que nosotros estamos intentando conseguir. Su percepción de la realidad es diferente, más intensa, con más matices.

Pueden recordar vidas pasadas, aunque no se atreven a contárnoslo, por miedo a que estropeemos aún más nuestra relación con ellos.

 Realmente no nos entienden. Nuestros temores básicos basados en nuestra baja autoestima son ajenos a su personalidad. Los adultos de hoy nacimos en unas circunstancias escogidas por nosotros mismos en que la baja autoestima, alimentada desde nuestro nacimiento, se convierte en un desafío que algunos no consiguen superar. A lo largo de  nuestras vidas nos esforzamos por conseguir amarnos a nosotros mismos sin sentirnos culpables realizando terapias, leyendo múltiples libros o repitiendo experiencias que nos demuestran continuamente la lección que hemos de aprender. 

Pues bien, un niño/a  Índigo no tienen ese problema. Han nacido con la certeza de que son hijos del Creador, y por ello se merecen todo. El problema es que si esta tendencia no se dirige positivamente por un adulto puede convertirse en egoísmo.
 
Estos niños traen mucha fuerza consigo, pero son un reto para nosotros. Su inteligencia nos supera. ¿Cuántos de nosotros hemos oído decir: los niños de ahora, desde que nacen, ya tienen los ojos abiertos y lo miran todo? Pero no sólo eso, aprenden rápidamente lo que se les enseña en el primer año de vida, cuando hace treinta años nos pasábamos el primer año de vida durmiendo. “Son los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, que les espabilan muy pronto”, dicen algunos. Nuestros niños ya están espabilados cuando cogen el mando del video y reproducen el gesto que nos han visto hacer muchas veces, sin que nosotros les expliquemos cómo tenían que utilizarlo.

Cuando se convierten en niños de tres o cuatro años parecen viejitos. Nos asombran con sus frases y sus razonamientos. ¿Será tanta televisión? , nos preguntamos. Mis hijos no veían apenas la televisión de pequeños, y sus razonamientos eran dignos de ser grabados. Recuerdo a mi hija con cuatro años  mirando al cielo una noche de verano, preguntándose que hay más allá de la muerte, y a su padre a mí dándole nuestra opinión, sesgada por nuestras ideas religiosas, sobre lo que nos espera cuando partimos.

A menudo hablo con mis hijos sobre la reencarnación y sobre la vida después de la muerte, y no sólo no lo rechazan, sino que les parece lógico y lo agradecen. Les alivia pensar que sus abuelos están felices en algún sitio que no podemos ver con nuestros cinco sentidos (como tampoco vemos las ondas de la televisión) pero que existe. ¿Por qué no? Es cuestión de fe, o de convicción. Les dejo libertad para que ellos opinen.

Según van creciendo, estos niños van desarrollando dos posturas principales ante la vida. O bien se han convertido en unos impertinentes que se ríen descaradamente del adulto o se han cerrado sobre sí mismos pareciendo excesivamente tímidos . En ambos casos les ha faltado una adulto comprensivo que sepa canalizar sus energías. Parecen dos ejemplos un poco exagerados, porque la mayoría de ellos sólo se muestran así en determinados momentos el día, el resto son niños tranquilos, diríamos que normales. Sin embargo debemos ser cuidadosos con nuestra actitud. Una actitud de respeto y escucha comprensiva hacia ellos, de honestidad, y sobre todo que vean que somos congruentes en lo que hacemos con respecto a lo que decimos, les atraerá hacia nosotros como un imán. Sin embargo, una actitud de crítica constante hacia su actitud sólo hará que ésta se multiplique hasta el infinito.
Si somos conscientes de este rechazo que sienten a nuestra actitud y cómo a la manera de un resorte actúan de la manera que más nos molesta, todo cambiará inmediatamente. A veces pensamos que nuestros hijos o alumnos (cuando trabajamos con ellos) han venido al mundo sólo para molestarnos. No es así. Sencillamente ellos son un espejo muy potente de aquello que debemos mejorar y resolver en nuestras vidas. Los adultos tendemos a la ira muy fácilmente, y ellos se ríen de nosotros. Les parece ridículo. Pero si tenemos la capacidad de , en el instante en que captamos nuestro error, sonreír y hacerles un gesto cariñoso, nos los metemos en el bolsillo, se vuelven receptivos hacia nosotros. Se abren aquellos que han optado por cerrarse ante la incomprensión de los adultos. Se tranquilizan aquellos que llevan al máximo su don para la palabra y su agilidad mental.

Nos parecen impertinentes, opinan sobre todo, nos preguntan directamente sobre el por qué de nuestra actitud, nos dan consejo sobre lo que deberíamos hacer cuando no se lo hemos pedido, se exaltan exageradamente cuando se pretende que se diviertan con una actividad diferente a la habitual,... Realmente, nos sacan de quicio y nos parece que no respetan las normas básicas de la educación.

“La culpa la tienen los padres, que están todo el día trabajando y les dejan solos”, “La culpa la tienen los profesores, que les permiten todo y no ponen límites”, “La culpa la tiene el Gobierno, que no se ocupa de ellos”, ... los adultos somos muy dados a buscar culpables fuera, pero se nos olvida mirar dentro. El Gobierno, las familias y los claustros de profesores están formados por adultos, algunos padres y madres, que prefieren echar balones fuera antes de observarse a sí mismos y analizar su actitud ante los niños de ahora. La actitud de un solo adulto es importante para el grupo, pues vivimos en sociedad. No digamos nada sobre el hecho de ponerse en el lugar del otro, y entender el esfuerzo de aquellos que tienen a cargo a uno, dos o veinte niños diariamente. Para algunas parejas sin hijos, tan abundantes en la actualidad, o solteros empedernidos, les parecerá impensable.

Todos somos Uno, estamos interconectados, y del esfuerzo y la comprensión de todos resultará una sociedad más pacífica, y ello pasa por el conocimiento y la aceptación de nuestros niños.

Las normas de antaño ya no sirven. Nuevas energías traen nuevos retos. Tanto es así que los niños Cristal han venido a superar a los Índigo en cuanto a pureza energética. Estos nuevos niños, más tranquilos y pacíficos, extremadamente sensibles, tiene sus sentidos muy desarrollados. Pueden desarrollar la videncia e incluso ver lo que el ojo humano no puede ver. Son pacificadores y se distinguen por sus grandes ojos que nos miran a lo más profundo de nuestro ser. Debemos cuidarlos como las joyas que son, no censurándoles cuando nos expliquen que ven a su abuelito fallecido a su lado, sonriéndoles, sino escuchándoles y aprendiendo con ellos a abrir esos ojos que nosotros tenemos dormidos.
Personaje de dibujos animados de niño y niña meditando en ropa blanca. Vector Premium

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu reflexión,yo tengo nietos y es verdad que cada vez son más abiertos y más listos que eramos nosotros a su edad, muchas gracias de nuevo
    😘😘😘

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esa es la energía renovada que van a traer al planeta las personas que se están yendo. Un abrazo y gracias por tu opinión.

      Eliminar