jueves, 12 de febrero de 2015

Vencer el miedo




Si analizamos  nuestros miedos, esos que todos tenemos, nos damos cuenta de que provienen  en esencia de creer que algo acaba de forma definitiva y nos resistimos a que ello ocurra.

                                              


Por ejemplo:
·         Miedo a la oscuridad: tememos que nunca más vamos a ver la luz.
·         Miedo al futuro: nos preocupa que los tiempos pasados, tan felices, no vuelvan a repetirse. El futuro se presenta oscuro, sin luz de nuevo.
·         Miedo a bucear bajo el agua: tememos no volver a poder llenar de aire nuestros pulmones, cuando sólo necesitamos salir y tomar una nueva bocanada para volver a entrar.
·         Miedo a estar encerrado: creemos que el encerramiento es definitivo, que no vamos a poder salir de esa situación.

Hay muchos tipos de miedo, pero el más intenso  , el que casi todos compartimos, es el miedo a morir, el cual esconde el temor a que todo también se acabe definitivamente, sin ninguna esperanza de nada después. El miedo paraliza, e impide avanzar, ver más allá de la situación que nos está asustando.

Por lo tanto, el miedo se basa en la falta de esperanza, cuando, en realidad, todo indica que la vida es un ciclo constante de acontecimientos que se acaban para volver a empezar. Después de la tormenta, como dice el refrán, siempre viene la calma; no hay mal que cien años dure,…  Después del calor del verano siempre llega el frío invierno.

          
                               


Todo tiene un comienzo y un fin, como el símbolo esotérico del euróboros. La primavera vuelve cada año, para luego terminar, y si no existieran las demás estaciones, las semillas no estarían preparadas para germinar y crear las flores de la siguiente estación primaveral.



                                           
La vida de algunos seres es muy corta, pero cumplen su función dentro del ciclo de la Naturaleza, el ciclo sin fin, como decía la canción de El rey león. Por ello, no podemos lamentarnos  cada día, de la vida tan efímera que va a tener nuestra flor preferida o nuestro animal de compañía. Han nacido con el propósito que han nacido, parte del cual es aportar belleza, paz y compañía al ser humano, durante unos instantes o unos años de su vida. Después de ellos habrá otras flores, otros queridos animales, y nadie podrá quitarnos los momentos felices vividos gracias a ellos.
                                            






A escala humana ocurre igual. Nacemos y morimos cumpliendo una misión aún más elevada que los seres que consideramos inferiores, pues nuestra responsabilidad es mayor al haber sido creados de forma más perfecta. E intentamos asirnos a los momentos felices, creyendo que no volveremos a sentirnos igual, huyendo de los momentos tristes, como si  éstos no tuviesen también algo que enseñarnos.

Este es el misterio de la vida, que se nos muestra cada día en todo cuanto acontece a nuestro alrededor: vida/muerte, luz/oscuridad, frío/calor, lejos/cerca,…contrastes creados  para ayudarnos a desarrollarnos plenamente, no de forma lineal, sino de forma cíclica,  para que conozcamos todos los aspectos de la realidad que pueden  ser vividos.

Como un círculo, los acontecimientos vienen a nosotros. Son oportunidades de crecimiento, y lo esencial es recibirlos con un grado más de sabiduría que la última vez que los vimos pasar por delante nuestro.

                                      



Para ello, es imprescindible no perder nunca la esperanza, la fe, porque sin ellas nada tiene sentido, y, ciertamente, tanta belleza no puede haber nacido del sinsentido, porque ésta nace del orden, no del caos. Así, bajo el aparente caos en que vivimos, existe un orden perfecto que lo dirige todo y que dota de sentido a toda nuestra existencia.

Ya tenemos la herramienta para vencer nuestros miedos, el miedo con mayúscula, ese que nos deja sin respiración, nos desarma y nos inmoviliza: la fe inquebrantable en que hemos sido creados con una finalidad más allá de la que podamos imaginar en esta vida terrenal. Enganchados a la rueda de la vida, la rueda de las encarnaciones, vamos perfeccionando nuestro ser hasta alcanzar el amor infinito de la creación, que es todo lo contrario al sentimiento de temor. De hecho, las dos grandes fuerzas que mueven el mundo no son el amor y el odio, como se creía tradicionalmente, sino el amor y el temor.

Confiemos pues en nosotros mismos y en nuestra fuerza interior para vencer nuestros miedos y alcanzar en vida el camino del amor, hacia nosotros mismos y hacia todo lo creado, para convertirnos así en seres completos, seres de Luz.

                                               




                                                                                    Elena Martín

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